REFLEXIONES DEL DOMINGO DE RAMOS

Negaciones y traiciones quizás sean las dos palabras que describen la tragedia que selló la crucifixión de Jesús.  No hubiese sido crucificado si no hubiese sido negado y traicionado por la gente que lo rodeaba, gente que lo seguía, gente que se había beneficiado de Sus milagros y gente que lo vitoreaba cuando entró a Jerusalén montado en un asno.

¿Por qué fue traicionado? Porque ya no hacía milagros y solo veían a un hombre herido y humillado. Y lo dejaron, huyendo de Él.

Así es nuestro comportamiento humano.  Nos gusta estar al lado de los poderosos, de los acaudalados, y cuando les vemos fracasar, abandonamos el barco.  Jesús fue abandonado por Sus seguidores que debían haberle defendido.

Quizás en Su humanidad, Jesús esperaba ser defendido por aquellos quienes le habían seguido y por los que se habían beneficiado con Sus milagros.  Pero, en Su humanidad lo que vió fue el dolor de la negación y la traición.

Esta era la realidad en tiempos de Jesús y sigue siendo la realidad hoy en día.  Solo nos gusta rodearnos de gente grande y exitosa, pero en cuanto las cosas se ponen feas, las soltamos como una patata caliente.

Si nos comportamos así, no podemos encontrar a Jesús, porque a Jesús lo encontramos entre los pobres, los necesitados, los humildes.

Al empezar nuestro caminar en esta Semana Santa, adentrémonos en un encuentro personal con Jesús y con los menos favorecidos de la sociedad.

HOMILÍA DEL JUEVES SANTO, CELEBRACIÓN DE LA ÚLTIMA CENA DEL SEÑOR

Todos somos muy especiales esta tarde porque este momento es muy especial para todos nosotros donde vamos a compartir en el banquete, a la fiesta del Señor.  También son muchos y muy importantes temas para reflexionar y revisar los que esta tarde de jueves Santo nos trae. Debemos centrarse nuestra  atención en los misterios que  recordamos esta celebración: es decir, la institución de la Eucaristía, la institución del Orden sacerdotal y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna; Suelo dar uno términos especiales para estos, como comunión, ministerio y misión, son puntos importantes para que podamos penetrar más profundamente los grandes misterios en nuestra  piedad y que vivamos intensamente en nuestras costumbres y en nuestra vida.

En primer Lugar,

Hay, en la base de todo lo que celebramos hoy, dos entregas; dos entregas de signos bien distintos y, evidentemente, de resultados opuestos. Una es la entrega de Judas. La traición y el beso hipócrita. El motivo, como siempre, unas monedas, un dinero, unas ganancias. Era más provechoso tener «liquidez» en el bolsillo, que una vida humana.   A diario, como entonces, se vende a personas por unas monedas y el resultado siempre es el mismo: el egoísmo, la falta de solidaridad, el recelo, la envidia… la muerte.

La otra entrega es la de Jesús; él no vende a nadie, se da él mismo; él no busca el interés, ni el dinero, ni la ganancia, sino la vida para sus amigos, el testimonio que les dará fuerza y ánimo para seguir sus pasos, con su carne y su sangre de que sus palabras no son sólo palabras, ni ilusiones, sino realidades tan auténticas y tan serias que, por ellas, se puede pagar un precio tan caro como el dar la propia vida. Y así, en ese gesto de amor que se teje sobre el pan y el vino (el alimento y la alegría, el cuerpo y la sangre) Jesús se deja a sí mismo para permanecer siempre con los suyos, para que nunca se encuentren solos ni desamparados en medio del duro combate de la vida. Frente a uno que vende, que le vende a él por unas pocas monedas, Jesús se da, se ofrece gratuitamente; se quiere quedar para siempre con los suyos y se queda.

Vender o darse; el interés o el ofrecimiento; esa es el dilema que aparece en lo que hoy conmemoramos; y esa es el dilema que se nos plantea a todos y cada uno de nosotros. Al repetirse día a día en nuestro mundo -como se repite- el drama de la última cena, necesitamos saber cuál de los dos papeles queremos representar; porque sin lugar a dudas que, uno u otro, alguno de los dos vamos a ejercer. ¿En lugar de quién nos ponemos? Sería relativamente fácil que, cómodamente sentados, mientras leemos o escuchamos estas palabras, no tengamos ningún inconveniente en responder que, desde luego, nosotros nunca nos pondríamos en lugar de Judas y lleguemos a aceptar que tampoco podemos afirmar con todas las de la ley que nos pongamos en lugar de Jesús, pero que, eso sí, estamos en ello. Este misterioso acto de sacrificio y ofrenda de Jesús mismo es ahora lo que llamamos comunión, la Eucaristía. 

Porque el evangelio de hoy no es una parábola más o un milagro más, o una reflexión más, es Jesucristo mismo dándose a los hombres, e inaugurando una nueva era: la de los hijos de Dios, hermanos de los hombres.

En segundo lugar.

-En nuestro evangelio hoy de San Juan, ¿se ha olvidado hablar de la institución de la Eucaristía? Al escuchar el evangelio de esta tarde  quizá os hayáis preguntado si me ha equivocado de página, al leer el relato del lavatorio de los pies, en vez del de la institución de la Eucaristía. No,  San Juan y yo,  no nos ha distraído. Juan no se ha olvidado del relato de la institución. ¿Sería arriesgado decir que para él «eucaristía» y «lavatorio de los pies» son dos gestos que tienen un fondo común, que quieren expresar una misma realidad, que son complementarios e, incluso quizás, como intercambiables? -«Entregar la vida» se expresa por la Eucaristía y por el lavatorio de los pies. Y esto nos llama a centrarnos en la importancia del ministerio del sacerdote al presidir este admirable sacramento.

No podemos separar estos dos gestos -última cena/cruz; eucaristía/lavatorio de pies- el sacerdocio y la celebración de la santa misa; ni en nuestro recuerdo ni en nuestra actuación. Y la misión de cada uno de nosotros no basta con escuchar la Palabra de Dios (recordarla); hay que llevarla a la práctica y ponemos en acciones concretas como parte de la caridad fraterna.

Finalmente, Quiero compartir con vosotros una historia sobre el Papa Juan Pablo el primero, el papa de la sonrisa, el papa de alegría, el papa de esperanza. El cuenta con sano humor que “para conocer los temperamentos de las personas, el mejor sitio es la tabanera, es el bar”. Decía:

Un caballero inglés sediento, entró en una taberna y pidió una jarra de cerveza,  y vio que se la traían con una hermosa mosca dentro pataleando. Llama al camarero dice, “Por favor, otra jarra de cerveza. Bebe, paga y se va.

Ahorra el que entra es un francés. Ve la mosca dentro del vaso y muda de calor. Deja el vaso con violencia y se pone a gritar contra el patrón y los camareros…y se marcha.

Llega un italiano, ve la mosca, la saca riendo y le dice al  barman: Yo pido de beber y tú me traes de comer. No obstante, bebe la cerveza y se va sin pagar. 

Ahora le toca el alemán. Ve la mosca, mantiene la jarra a la altura de la nariz, frunce el ceño, sopla fuerte y saca fuera la espuma de cerveza y la mosca.

Entre un danés. Al ver la mosca saca del bolsillo una lupa,  la observa. Incluso se habría olvidado de beber si no fuera porque el camarero, pidiéndole perdón, le cambia la primera jarra por otra segunda.

Llega por ultimo un esquimal. Como no ha visto en su vida una mosca, cree que lo que tiene dentro de la cerveza es un bocado exquisito, se come la mosca y tira la cerveza… No intenté imaginar cuál sería la reacción de un español. Puede ser que, el sea el dueño del bar.

Son las actitudes, la manera de comportarse de las diferentes personas ante el mismo hecho. Vivimos mejor o peor nuestra vida según sea nuestra manera de pensar, de encajar, de superar y de trascender…

Y ahora, como es nuestra actitud o manera de creer, pensar y transcender sobre el significado de la eucaristía en nuestra vida?, sobre las palabras de Jesús, Tomad- comed, bebed, esto es mi cuerpo, mi sangre.. Participar en la Eucaristía -sea del Jueves Santo, sea de cualquier domingo- debería cambiarnos la mentalidad, la manera de pensar. Nosotros, los cristianos, los que hemos sido invitados a la Cena del Señor, somos los que deberíamos tener gran importancia esta don maravillosa de Dios para nosotros, y después vivamos esta gracia que recibimos como nuestra misión,  ser servidores de los demás: en casa, en el trabajo, en nuestras comunidades (parroquiales)… Porque, El primer fruto de la Eucaristía en nuestras vidas debería ser el de convertirnos en servidores los unos de los otros. Es nuestra misión, nuestro compromiso.